La necesidad de viajar por trabajo, y que odie con todas mis fuerzas hacerlo en autobús, no me dejó otra que comprar billete para un tren-hotel en un trayecto nocturno.

 

Tenía reuniones desde primera hora de la mañana, cuando el tren llegaría a mi destino, por lo que quería aprovechar el viaje para dormir. Con las prisas no me di cuenta de que el compartimento era compartido y, cuando llegué, mi compañero de viaje ya estaba poniéndose cómodo. Con gesto despistado me saludó y siguió con su equipaje.

 

Me acerqué al restaurante a cenar algo antes de intentar dormir con el traqueteo. Esperaba mi cena cuando mi compañero de viaje entró en el vagón. Pidió, se sentó cerca mirando en mi dirección y abrió el libro que llevaba. No pude evitar distraerme observándole. La responsabilidad me llamaba al orden, a terminar mi cena y acostarme en mi ridícula litera hasta que llegáramos al destino. Pero mi curiosidad no se sabe estar quieta y lo tuvo que hacer…

 

Me acerqué a su mesa y le pregunté si podía sentarme. Con expresión de sorpresa me señaló la silla, invitándome a acompañarle. Nos presentamos, hablamos de nuestro viaje y su propósito, los trenes y esa aura de aventura que es capaz de inspirar... La madrugada nos pilló saliendo del vagón restaurante, riendo entre susurros y ligeros acercamientos que se suponían inocentes.

 

El tren, una vieja gloria del sistema ferroviario, se movía en exceso en algunos tramos, provocando que perdiéramos momentáneamente el equilibrio y chocáramos con las estrechas paredes del pasillo. Llegábamos a nuestro vagón cuando el tren pareció centrifugar y nos encontramos chocando entre nosotr@s, abrazándonos para no caernos y permaneciendo inmóviles cuando el tren volvió a la tranquilidad. El relativo silencio, la calma y la oscuridad de los compartimentos cercanos parecían una excusa perfecta para acortar por completo la minúscula distancia que nos separaba.

 

Nuestros labios chocaron tímidos. Timidez que pronto dio paso a una intensidad digna de un reencuentro místico. Atraíamos nuestro cuerpo contra el de la otra persona, como queriendo traspasar la ropa. Una mirada y nos apresuramos al compartimento. Yo cerraba la puerta mientras sus manos luchaban por encontrar el camino más rápido a mi piel, despojándome de cada prenda innecesaria frenéticamente. No se entretuvo, ni yo deseaba que lo hiciera. Habíamos encendido un fuego y era preciso apagarlo, rápido, sin contemplaciones, contra la primera superficie que encontramos.

 

Con los pantalones por los tobillos, las bragas echadas a un lado, mi camiseta a medio quitar y sus pantalones clavados bajo su tenso culo, encontramos un uso mucho más interesante para los ahora incesantes traqueteos del tren.

 

El frío compartimento era ya caliente, casi infernal. El sudor recorría nuestros cuerpos, la respiración agitada empañaba la ventana y llenaba rápidamente los pulmones, faltos de aire y sobrantes de gemidos ahogados. Si bien no era un gran espacio, estábamos rentabilizando cada centímetro hábil, poniendo a prueba nuestra resistencia y la del mobiliario.

 

La luz de la mañana auguraba la inminente llegada a la estación. Apenas habíamos tenido unos pocos minutos de paz antes de volver a la guerra de placer una y otra vez. Adiós a mis planes de dormir, aunque sin duda iría relajada a las reuniones.

 

Nos despedimos como te despides de un desconocido, con mirada tímida y sonrisa de cordialidad ajena.

 

...

 

Ni teléfonos ni planes, quién sabe si el azar y el morbo nos volverán a juntar en el mismo tren…