Segundo premio - Concurso Relatos Eróticos

Autorx: Jennifer Castro Tamargo


Llevaba meses haciendo aquel recorrido, siempre el mismo y a la misma hora, siempre sola. En algunas ocasiones había llegado a plantearse la posibilidad de que aquello fuese peligroso para ella, quizás una persona mal intencionada, un click en una cabeza arrebatada por la ansiedad o el dolor podrían convertirse en el detonante hacia la locura en una mente sana; sin embargo, le gustaba aquel camino entre penumbras, al atardecer, tras horas de reclusión dentro de la oficina y, más aún, la sensación de ocultar aquel recóndito sendero que nadie más parecía usar, incluso a sus familiares o amistades, como un templo a su soledad. El aire húmedo y cálido de un otoño casi estival y el silencio casi sagrado de la naturaleza mientras sus pasos se adentraban en el sendero que serpenteaba colina abajo, junto al mar, hasta llegar a su pueblo,  convertían aquella deliciosa media hora en el momento más suyo, en el anhelo que le perseguía mientras tecleaba en su ordenador de sobremesa un nuevo informe insustancial, deseando que las horas pasasen rápido para perderse entre la maleza.

Aquella tarde salió del trabajo con una sensación de derrota. Todo cuanto podía salir mal, había salido peor. Le dolía la cabeza y aquello le hizo ralentizar sus pasos, meditabunda se balanceaba de un lado al otro del sendero, escuchando las olas que rompían con fuerza contra las rocas en los acantilados invisibles, ocultos por la maleza. Fue aquel sopor el que le impidió ver la silueta que se aproximaba. Le rozó justo antes de apartarse, su olor penetró en ella, haciendo que el caro perfume que cubría la ropa deportiva de aquel desconocido se deslizase hasta su interior. Levantó la vista y clavó la mirada en sus ojos color miel. Él le sonrió y continuó ascendiendo el sendero que ella descendía, alejándose en direcciones opuestas. Llevaba una camiseta de tirantes negra, que dejaba al descubierto unos brazos fuertes, unidos a una espalda bien contorneada. Un pantalón deportivo negro, de Nike, mostraba unas piernas esbeltas que se ascendían a paso firme el sinuoso camino.

Aquella noche soñó con él, fue la primera de muchas, pero fue especialmente significativa por la sensación de realidad que la embargó al despertar, sudorosa y excitada, aún jadeante, con la fiel convicción de que aquellas manos que aún se le antojaban desconocidas, habían hecho de su cuerpo un templo de placer. Sintió cada caricia como si fuese verdadera y cuando se  adentró en su interior suavemente con sus dedos humedecidos el éxtasis la hizo volver a la realidad despertando sobresaltada.

Se sintió estúpida excitándose en el trabajo al recordar aquel momento y la posibilidad de que aquel encuentro fortuito con aquel completo desconocido pudiese repetirse. Salió acelerada al encuentro en cuanto el reloj marcó el horario de salida; sin embargo, él no apareció. Le esperó rezongando su paso hasta que la luz se fue por completo y necesitó de la linterna de su móvil para regresar a casa, frustrada y compungida, sintiéndose boba por haber fantaseado con una irrealidad.

No fue hasta una semana después cuando el inesperado encuentro se repitió. De nuevo su cuerpo sudado y atlético, una sonrisa agradable y unos ojos del color de la miel. Se le erizó la piel cuando él la rozó, intentando esquivarla, en un sendero estrecho en el que a penas había cabida para una persona. Aquella noche jugó a sentirse amada por aquel hombre que despertaba en ella el más ardiente deseo. Cerró los ojos y se entregó al placer mientras recordaba aquel primer sueño que la humedecía. 

Pasaron varios días, en los que no hubo rastro del desconocido; a pesar de ello, cada tarde ella descendía el sendero esperanzada, alimentando la imaginación de los muchos pensamientos que había empezado a generar su mente al respecto de aquel cuerpo sudoroso, aquella sonrisa ladeada y aquellas manos grandes y morenas que había conocido en sueños y esperaba sentir algún día en la realidad. La ultima tarde antes de las vacaciones navideñas hubo una pequeña fiesta en la oficina. Algo de cava, unos cuentos polvorones y mazapanes, abrazos, besos y derroches de buenos deseos para el año que estaba por llegar. Salió muy tarde, la oscuridad ya reinante y el exceso de cava le hicieron dudar. Tomar aquel camino sin la luz adecuada podría hacerle partirse un tobillo. Dudó, pero la sensación casi sexual que le producía descender el sendero sintiendo que aquel era el escenario de sus muchos sueños eróticos la hacía llegar a casa completamente excitada y dispuesta a entregarse a unos minutos de placer personal. El alcohol burbujeando aún en su nariz le hizo pensar que quizás pudiese aprovechar la soledad y la oscuridad de aquel sendero para recrear su fantasía en directo. Llevaba un juguete dentro del bolso, lo había llevado a la oficina para enseñárselo a Maite, y darle consejo al respecto.

Se lanzó por el camino presurosa, aprovechando la luz de la pantalla de su teléfono móvil, a paso raudo. Tenía muy claro dónde quería hacerlo, en el pequeño claro que se habría a la derecha de una de las curvas del sendero, desde donde se veía el mar y las luces del faro. El escenario de todas sus fantasías con el desconocido.

Cuando llegó allí sólo tuvo que bajarse las medias y dejarse llevar. Cerró los ojos y aspiró el aroma del océano mientras dejaba que el succionador  hiciese el resto. Jadeante dejó que el bolso cayese al suelo y después se extendió sobre la hierba.

Cuando abrió los ojos de nuevo, el desconocido se encontraba observándola, con total seriedad y la mirada muy fija sobre su cuerpo. La vergüenza y el rubor se apoderaron de su ser.

- Por favor, no pares- le pidió él.

Ella observó en su pantalón de deporte la erección que no dejaba lugar a dudas. Le miró contrariada, pero aquellas palabras la habían excitado aún más. Continuó, mientras él se arrodillaba entre sus piernas y retiraba delicadamente las botas y las medias, dejándola completamente al descubierto. Comenzó a acariciar su piel, tal y como ella había soñado, comenzando desde sus tobillos, ascendiendo por sus rodillas hasta sus muslos y de ahí hacia su clítoris. Lo acarició suavemente haciendo pequeñas circunferencias mientras introducía otro dedo en su interior, dejando que la humedad lubricase sus movimientos.

-¿Te gusta?-le preguntó situándose muy cerca de su oído.

Ella sólo pudo gemir. El placer se había apoderado de ella.

El desconocido le desabrochó la camisa, abriéndola de par en par y liberó sus pechos pequeños y blancos, besándolos con candor. Dejó que su lengua jugase con sus pezones mientras la observaba de soslayo arquearse bajo las sensaciones más excitantes que jamás hubiese sentido. Descendió por su ombligo y, finalmente, introdujo su lengua, cálida y suave, entre sus piernas. La delicadeza de sus movimientos la hizo llegar al orgasmo más intenso que jamás hubiese sentido, aullando bajo una gran luna llena que brillaba sobre el mar.

Cuando abrió los ojos recompuesta, él la observaba, tendido junto a ella, sobre la hierba mojada por el frío invernal. Le sonreía mientras jadeaba excitado.

- Quiero que la próxima vez sea yo el socorrido- le dijo mientras cerraba un ojo en señal de complicidad.

...

Ella negó con la cabeza ante la sorpresa de él, descendiendo hasta su pantalón de deporte y descubriendo su miembro anhelante de contacto. Lo lamió con suavidad y después dejó que este descendiese por su garganta en un compás de lentos y suaves movimientos que hacían que las caderas del desconocido sintiesen espasmos de placer. Él le acariciaba el pelo y el rostro mientras la observaba entusiasmado, sonriendo y gimiendo al mismo tiempo, hasta que todo terminó con una serie de espasmos de satisfacción.

Ambos se levantaron después de unos minutos de silencio.

-¿Vendrás la próxima semana?-le preguntó él con una pícara sonrisa.

- Vengo todas las tardes - le dijo ella, y comenzó a descender el sendero sintiendo que los sueños, en ocasiones, se hacen realidad.